lunes, 29 de enero de 2024

Contra el sentido común de los grupos antiderechos (Parte 1)

Es muy frecuente en el discurso anti-derechos apelar a argumentos cuya autoridad radica, según ellos, en “la realidad misma”. Así, grupos religiosos, feministas radicales transexcluyentes, conservadores libertarios, derechas alternativas, liberales de dudosa neutralidad e, incluso, izquierdistas ortodoxos, invocan el manto aparentemente inocuo e incontestable del sentido común.

Por Amilka González

Cada vez que estos grupos obtienen lo que consideran una pequeña victoria en contra de la población LGBTIQ —es decir, un retroceso en materia de derechos humanos—, y especialmente en contra de la población trans, vitorean ¡Ha ganado el sentido común! Es lo que sucedió recientemente en España con el recorte de leyes LGBTI del Gobierno de la Comunidad de Madrid —para una aproximación detallada de esta situación, recomendamos leer aquí, aquí y allí.

En todo el ámbito internacional donde los grupos antiderechos pugnan por imponer una retórica antiderechos, se repite el mismo guión. El punto central de sus argumentos es que el sentido común necesariamente debe ser la pauta a seguir cuando se trata de dirimir disputas sociales en torno al sexo y al género. Y, según ellos, su único interés aquí es defender el sentido común y la verdad.

En este artículo intentaremos responder varias preguntas: ¿Qué quieren significar estos grupos con sentido común? ¿De qué maneras se puede comprender este escurridizo concepto en el contexto de la ciencia? ¿Qué ventajas o desventajas nos daría utilizar el sentido común para dirimir diferencias importantes en nuestras sociedades? 

Veamos.

¿Qué es el sentido común?

El sentido común es como lo indica su nombre, el sentimiento unánime del género humano todo (...) de todos los tiempos y de todos los lugares, sabios o ignorantes, bárbaros o civilizados. 

Amadeo Jacques.  «La memoria sobre el sentido común»

En primer lugar, esta no es una pregunta sencilla y responderla de forma no superficial es un reto. Desde el punto de vista histórico, para hacernos una idea de la magnitud de la cuestión, basta con saber que el sentido común se ha intentado definir muchísimas veces desde épocas —y quizá galaxias— muy lejanas. Quienes quieran mirar una revisión de las definiciones que ha tenido este concepto en campos como la filosofía y la ciencia, específicamente en el contexto occidental —lo que de entrada ya nos alerta de que estamos ante algo que quizá no es tan universal como se cree—, pueden leer aquí, aquí y allí. 

En la modernidad, el sentido común se ha estudiado desde las ciencias sociales, la antropología, la psicología, la lingüística y los estudios del discurso, entre otros campos del conocimiento especializado.

A pesar de todos estos antecedentes, en el contexto de la vida cotidiana, la mayoría de las personas en este planeta no sería capaz de dar con una explicación poco problemática del sentido común. De alguna forma todos saben de qué se trata pero al mismo tiempo no lo saben. Y justamente he aquí la cuestión: el sentido común es una cosa escurridiza que intuímos que está allí siempre con nosotros, como un ángel guardián, para ayudarnos a tomar decisiones prácticas y prudentes, pero que no sabemos qué es con exactitud.

Podríamos comenzar diciendo que el sentido común no es “un” sentido autónomo y específicamente “sensorial”, como pueden serlo la vista, la audición o el olfato —Aristóteles planteaba que el sentido común era la suma de los cinco sentidos sensoriales de los seres humanos, pero Platón no asociaba el sentido común a la percepción, sino al pensamiento. 

Dice Amadeo Jacques, en la cita que abre este artículo, que es “un sentimiento unánime del género humano todo”. 

Si tuviéramos que explicar el sentido común en una sola frase sencilla, diríamos que se trata de “una verdad” que se presenta delante de "nosotros". O, mejor dicho, un sentimiento de verdad que se nos presenta delante de nuestras narices.

¿Cómo no verlo? Los seres humanos siempre hemos visto —o sentido— “verdades” delante de nuestras narices: Dios existe, el cielo es azul, el sol es amarillo y sale y se oculta como si jugara al escondite con nosotros, el fuego quema, las rocas son duras y pueden albergar el alma de algún ancestro, las estrellas cuelgan del techo de la noche —y no parecen estar muy lejos—, la Tierra es plana, las serpientes pueden hacernos daño y son la imagen hecha carne de Satanás, el color blanco es un color, las diferencias raciales en humanos son innegables y saltan a simple vista, ¡solo hay dos sexos! ¡Los niños tienen pene, las niñas tienen vagina!, etc.

Sentido común: perros y piedras

Estas verdades son tan “incuestionables” que, probablemente, ¡hasta los perros pueden verlas también delante de sus hocicos! Tal vez por esa razón los perros —antigüos lobos grises— son nuestro mejor y más antiguo amigo no humano. Desde luego, esta amistad ha tenido altibajos, razón por la que nosotros, primates parlanchines, utilizamos el concepto-palabra ‘perro’ en muchas lenguas para insultar y denigrar a nuestros semejantes. Es puro sentido común: si quieres agredir verbalmente a alguien basta con compararle con el ser vivo no humano que te ha sido más fiel y leal desde hace 15.000 años. 

Pero no hay de qué preocuparse, un estudio plantea que los perros no sienten remordimiento, por lo que podemos suponer que ellos no esperan que nosotros sintamos culpa. Nuestro sentido común, naturalmente, nos mira de reojo para recordarnos que no hacía falta ver un estudio científico para llegar a la misma suposición.

Foto: Chalabala

Lo que sí podemos ver ante nuestros hocicos planos de humanos, de momento, es que el sentido común tiene alguna relación con el conocimiento más inmediato que tenemos de la naturaleza y el mundo, un conocimiento íntimamente ligado a nuestros sentidos, emociones y experiencias. Es decir, el sentido común es en parte un proceso cognitivo y psicológico, pues involucra un conjunto de interacciones entre la percepción, la mente, el pensamiento y el aprendizaje.

También es notorio que el tipo de información que nos da el sentido común parece ser útil en el día a día: las piedras son duras, el fuego quema, la lluvia moja, las serpientes pueden hacernos daño, el sol sale y se oculta cada cierto tiempo, etc. 

Saber que las piedras son duras fue muy útil para los primeros primates del género humano: los ‘homo habilis’, que deben su nombre ‘postmortem’ a que se cree que fueron los primeros humanos en modificar las piedras para fabricar herramientas y armas. Incluso hoy día, muchos sapiens modernos que protestan en las calles de sus ciudades y pueblos honran esta antigua tradición humana del sentido común y usan piedras para defenderse de quienes, usualmente, les oprimen con violencia: ya no se trata de fieras salvajes de alguna sabana africana sino de los cuerpos policiales y militares de Estados que no respetan los derechos humanos. 

Foto: T-gomo

Pero no solo los oprimidos tienen sentido común. También los opresores tienen uno. En ciertos lugares del mundo, las piedras no se usan como defensa ante la represión sino como un tipo de mineral duro que contiene capas de sedimentos de odio y de crueldad, por lo que muchas personas inocentes son víctimas de lapidaciones. Obviamente, «es natural» para estos opresores que las principales víctimas de apedreamientos sean parte de minorías (étnicas, LGBTIQ, etc.) y de grupos no minoritarios que han sido históricamente oprimidos (mujeres). Este es «su» sentido común. De la misma manera que los perros viven una vida de perros, los opresores viven una vida de opresores. Es la naturaleza de las cosas.

Ciertamente se puede aducir que los oprimidos y los opresores pueden tener puntos de vista divergentes acerca de la naturaleza de su situación. Después de todo, para uno de estos grupos las piedras son más duras y lacerantes. 

Dejaremos para otra ocasión la historia acerca del fuego y los oprimidos que, por sentido común, intuímos que ha de ser espantosa. 

Sentido común en el callejón

Pero el sentido común no se limita a objetos, perros, fenómenos y elementos de la naturaleza. Los seres humanos que habitan una ciudad, por ejemplo, deben calibrar sus sentidos y conocimientos en una suerte de experiencia/sabiduría que les permita desenvolverse de la mejor manera. La ciudad, igual que la democracia y el fascismo, en tanto orden imaginado, es un tipo de realidad que no existe independientemente de la existencia de los seres humanos. Quizá para algunos basta con que una ciudad sea construida materialmente para existir, pero sería insuficiente verlo así. La ciudad existe, además, porque hay personas que la piensan, la hablan, la sufren y la comparten con otros. Una ciudad es tanto sus calles y edificaciones como sus personas y sus prácticas sociales. Una ciudad es, ante todo, actividad.

Cualquier citadino sabe que el sentido común se manifiesta de muchas formas. En ciudades grandes, donde la inseguridad puede ser frecuente, nuestro sentido común interactúa con nosotros y nos insta a no caminar en calles muy oscuras a ciertas horas de la noche, o que no mostremos nuestras joyas más caras en los suburbios, o que no avancemos cuando la luz del semáforo está en rojo, o que los niños no abran la puerta de sus casas a desconocidos, o que si eres mujer a veces no es buena idea usar faldas cortas al salir sola —a veces no es buena idea salir sola incluso si tu ropa te cubre desde los pies hasta la cabeza—, etc. 

El punto es que en estas decisiones y actividades “citadinas” el sentido común es inseparable de la selectividad y el sesgo. Si tuviéramos que escoger entre cruzar un callejón oscuro donde hay cuatro hombres jóvenes de mal aspecto (ropas sucias, ojos desorbitados, hablando en jerga de los bajos fondos, etc.) y un callejón oscuro donde hay cuatro señoras mayores tomando el té en una mesa elegante de roble, es probable que la mayoría (no solo si eres una mujer) decida cruzar el callejón de las señoras respetables. 

Un poco menos exagerado es lo que Gad Saad, un psicólogo evolutivo, expone en un libro recientemente traducido al español: La mente parasitaria. Cómo las ideas infecciosas están matando el sentido común. Según este autoproclamado defensor de la verdad, la razón y el sentido común —el libro es un panfleto anti-woke, anti-trans, anti-feminista, anti-posmodernismo— no existe ningún sesgo al escoger el callejón de las señoras frente a uno de hombres jóvenes. No tiene nada que ver con edadismo, ni ningún tipo de prejuicio: es simple sentido común, universal e incuestionable. 

Pero esto es rotundamente incorrecto, pues para tomar una decisión al cruzar el callejón oscuro necesitamos contextualizar y echar mano de creencias previas: ¿por qué razón, en primer lugar, podría haber cuatro hombres jóvenes en un callejón oscuro? ¿Qué tipo connotaciones positivas o negativas puede tener el hecho de que cuatro hombres decidan reunirse en un callejón oscuro? ¿Son hombres jóvenes invirtiendo su tiempo de ocio libremente en la penumbra de la ciudad? ¿Son delincuentes? ¿Drogadictos? ¿Depredadores sexuales? ¿Son jóvenes excluidos sin trabajo compartiendo información secreta sobre anuncios laborales? ¿Son actores de teatro poniendo en práctica la teoría de distanciamiento de Brecht mientras planifican secretamente el derrocamiento del gobierno? ¿Son cuatro jóvenes pobres que viven allí porque no tienen un lugar para dormir? ¿Son hombres homosexuales en un encuentro de ‘cruising’? ¿O se trata, más bien, de que todo hombre en un callejón oscuro es malvado “por naturaleza”? ¿Será que el factor testosterona y los gametos cortos hacen malvado a alguien donde quiera que esté? Y si los machos humanos adultos no nacen malvados por naturaleza, ¿habrá factores estructurales, sociales y culturales que puedan explicar por qué cuatro hombres en un callejón oscuro podrían hacer daño a alguien?

Ramón Nogueras, en Por qué creemos en mierdas —el título es gracioso, y buena parte del libro son ironías y bromas, pero es un libro de divulgación científica recomendable—, explica por qué el sentido común tiende a cometer tantos errores y puede volverse una herramienta contra nosotros. El sentido común funciona con ‘heurísticos’, que son reglas rápidas que, a golpes de atajos cognitivos y experiencias, usamos para tomar decisiones en situaciones de incertidumbre. 

Nogueras nos cuenta la historia de Dorothea Puente, una anciana amable californiana que se valió del sentido común de sus víctimas para salirse con la suya y asesinar a quince de sus inquilinos sin que nadie sospechara durante años. Durante el juicio, un miembro del jurado se negó a cuestionar la idea —su sentido común, pues— de que una anciana adorable no puede ser peligrosa y manifestó que una sentencia de muerte sería cómo ejecutar a su propia abuela, "o la abuela de cualquiera de los presentes". 

Es cierto que los heurísticos aciertan a menudo y que es más probable que ocurra algo malo si eliges el callejón de los cuatro hombres, pero eso no quiere decir que cruzar un callejón con cuatro señoras mayores no represente ningún riesgo.

Recientemente, en Reino Unido se dio un caso que evidencia lo frágil que es el sentido común cuando se trata de hacer predicciones en base a las apariencias. Lucy Letby, una enfermera neonatal que trabajaba en la unidad de cuidados intensivos de varios hospitales, asesinó premeditadamente a veinte niños durante varios años. A diferencia de los manifestantes sapiens oprimidos, de los homo habilis y de los grupos fundamentalistas religiosos que practican la lapidación, Letby no usaba piedras, sino que usaba técnicas creativas y sofisticadas para hacer creer que sus víctimas morían “naturalmente”. De nuevo, el sentido común jamás podía haber alertado sobre esto porque se trataba de una mujer blanca, joven –por defecto, hermosa—, educada y muy cariñosa en su vida cotidiana. Recordemos que tiene todo el sentido común del mundo pensar que una mujer de estas características jamás podría hacer daño a nadie, ¿correcto? 

¿Qué pensaría Gad Saad de un callejón oscuro con cuatro mujeres jóvenes similares a Letby? Probablemente lo que piensan muchos hombres que son defensores del sentido común y tienen la suerte de gozar de unos cuantos privilegios: pensaría que es literalmente imposible que haya cuatro enfermeras blancas, jóvenes, educadas y cariñosas en un callejón oscuro porque solo las mujeres de la mala vida —!o sin sentido común, vamos!— podrían estar allí una noche cualquiera. 

Claro está, las mujeres prostitutas pueden ser jóvenes, blancas y cariñosas, pero el sentido común nos dice que, a diferencia de las enfermeras, pueden ser también peligrosas. Pensar de esta manera no tiene nada de raro, ni de malo, ni de de prejuicioso, y es «la pura verdad» delante de nuestras narices, es sentido común. Pasemos por alto el caso de la enfermera checa que, luego de ser violada por soldados alemanes e infectada con enfermedades de transmisión sexual, se dedicó a tener sexo con nazis para contagiarles y darles de baja. Leyenda o no, hoy ella es homenajeada en su país, aunque también se cuenta que el sentido común de sus vecinos cercanos fue despiadado —le consideraron una prostituta y una colaboracionista peligrosa del ejército alemán.

Si el sentido común nos dice que sólo los hombres malvados y las mujeres de la mala vida —es decir, con un sentido común estropeado— pueden deambular sospechosamente por un callejón oscuro de noche, es porque para el sentido común son muy importantes las apariencias y los estereotipos. Y es gracias a éstos que muchas veces los heurísticos y los sesgos nos permiten sacar conclusiones rápidas acerca de otras personas. 

Sentido común como construcción cultural

Es curioso que los buenos chicos ilustrados del sentido común, como Saad y similares, ignoren ciertos problemas que están delante de sus narices: el sentido común guarda relación con los prejuicios, la discriminación y la desigualdad. Siempre, siempre podemos dar por hecho que, cuando se trata de discriminación social y opresión, las apariencias y los estereotipos tienen connotaciones y significados negativos pululando alrededor como mariposas.

Si podemos sacar una lección de todo lo anterior es que el sentido común, además de ser un proceso cognitivo, también tiene que ver con cosas como las normas sociales, las reglas -escritas y no escritas-, los prejuicios, los sesgos, los heurísticos, las selecciones arbitrarias, la moral y buena parte de lo que conocemos como sabiduría popular. Por consiguiente, el sentido común, más que un sentimiento unánime, es un proceso psicosocial que implica un enorme contingente de creencias que se expresan en su mayor parte a través del discurso (conversaciones, textos, etc.). 

Es decir, el sentido común no solo es cognitivo, es también una construcción cultural, una práctica social y un conjunto específico de creencias. Y este conjunto de creencias generalizadas no es secundario o contingente, pues el sentido común tiene la peculiaridad de estar en el centro de nuestros sistemas de creencias.

A un nivel básico, como ya asomamos, la principal función social del sentido común es la de ser un atajo, una capacidad/facultad que nos facilita la vida porque no tenemos que pensar demasiado una vez que “sabemos” cómo son las cosas que nos rodean. Y esta sabiduría rápida y económica es tan evidente y segura de sí misma que la compartimos, en forma de creencias, “todos” los miembros de una comunidad.

Bueno, no todos los miembros de una sociedad compartimos el sentido común, como vemos en un interesante estudio publicado recientemente por la revista PNAS. Aquí sus autores demuestran que, dentro de una misma sociedad, no existe tal cosa como “un” sentido común homogéneo que sea compartido por la mayoría, lo que nos da pistas importantes y nos sugiere que el sentido común no es tan universal y uniforme a lo largo del planeta.

Llegados a este punto, sería engañoso decir que el sentido común es todo «aquello» que una sociedad da por sentado. Porque esta es una generalización que no da cuenta de la especificidad del sentido común. En gran medida, el sentido común es todo aquello que ciertos grupos, que suelen ser los dominantes, dan por sentado, pues no todos los individuos y grupos de una sociedad participan en la construcción de un sentido común hegemónico que, de facto, se asume mayoritario. 

En suma, el sentido común es un conjunto de creencias generalizadas que tiene un papel central en nuestros discursos pese a que no todos lo compartimos ni participamos en su construcción.

Sentido común vs ciencia

La religión basa su teoría en la revelación, la ciencia en el método, la ideología en la pasión moral; pero el sentido común se basa precisamente en la afirmación de que en realidad no dispone de otra teoría que la de la vida misma. El mundo es su autoridad. 

Clifford Geertz. «El conocimiento local»

Según sus defensores, si los seres humanos de pronto abandonamos el sentido común, eso no sería otra cosa que abrazar la locura, la irracionalidad, el fin del mundo. En parte tienen razón: no siempre y en toda circunstancia hay que abandonar las enseñanzas del sentido común. Sin duda, el éxito evolutivo de los sapiens no hubiese sido el mismo sin el sentido común porque es una forma racional en la que nuestros sentidos, instintos y pensamientos unen fuerzas cognitivas y culturales para abrirnos un camino en medio de muchas situaciones. 

Pero “abrirnos un camino” con el sentido común, como si fuera un gigantesco taladro con punta de diamante que es incapaz de mirar hacia los lados, siempre ha tenido desconcertantes implicaciones. Desde el punto de vista del planeta y los seres no humanos que lo habitan, sería justo decir que el sentido común ha sido muy violento e irracional desde siempre. Por supuesto, sabemos que ni el planeta ni los seres no humanos podrían tener un punto de vista ecológico ni de ningún tipo —¡es sentido común, por el amor de Cristo!

Durante la expansión de los últimos sapiens prehistóricos, que eran seres sofisticados producto de una revolución cognitiva, mermaron poblaciones de animales enteras en todas partes, y al parecer el sentido común no estuvo a la altura de las circunstancias del momento. Quizá, en el fondo, todavía eran muy salvajes nuestros ancestros y no había nada qué hacer al respecto. 

Pero si observamos lo que ocurre en la actualidad, en donde somos una amenaza mayor para el planeta, tenemos que admitir que de nada ha servido heredar un sentido común de siglos y milenios, en especial cuando hay personas y grupos políticos cuyo sentido común les da «autoridad» para decir que no existe tal cosa como un cambio climático provocado por la acción humana y que poco importa si hay evidencia que demuestra el impacto de la acción humana o si hay un consenso científico que respalde este impacto. 

Por alguna curiosa razón del destino, que es pertinente para este artículo, las personas que niegan el cambio climático en nombre del sentido común suelen ser también anti-derechos LGBTIQ y, paradójicamente, a veces argumentan que las leyes inclusivas para esta población son una amenaza «real» para la supervivencia de la humanidad. 

Foto:  dnixdony

El principal inconveniente aquí es que, por su carácter de atajo cognitivo, el sentido común es la antítesis del pensamiento crítico. Mientras el sentido común es un tipo de conocimiento rápido que toma las rutas más cortas sin echar mano de mucha información y matices, los conocimientos especializados como la ciencia y la filosofía necesitan mucha información, mucho análisis y una metodología lo suficientemente clara para sacar conclusiones válidas acerca de sus objetos de estudio. 

Ni qué decir que, a diferencia del sentido común, las ciencias y la filosofía no se pueden permitir las generalizaciones a partir de las apariencias y las superficies —no en vano, la evidencia visual no puede ser una prueba científica a priori desde hace siglos.

Hay otra razón por la que la ciencia y la filosofía, con bastante regularidad, han chocado con "el más común de los sentidos": mientras el sentido común «naturaliza» una verdad sentida acerca de la vida misma, la ciencia y la filosofía toman una ruta distinta porque entienden que sus hipótesis no sustituyen la realidad misma, que las cosas son complejas casi siempre y que las verdades son transitorias.

Es decir, la ciencia y el sentido común no son un dúo tan dinámico, del tipo que funcionaba bien en Batman y Robin —!Santos recórcholis!—. Para Karl Popper, en el mejor de los casos, el sentido común puede ser un punto de partida válido para la ciencia, pero nunca un punto de llegada. 

Esto último, el sentido común como punto de llegada, es justo lo que plantean los grupos reaccionarios cuando arremeten contra la ciencia moderna en nombre de las verdades cotidianas “de la vida misma”: según ellos no existe el cambio climático por acción humana, las vacunas para el virus covid-19 son un fraude, hablar de la complejidad del sexo es un fraude y un crimen cuando se habla de ello en las escuelas, las personas trans y la disforia de género sólo pueden explicarse como un delirio cósmico y la ciencia no tiene nada qué decir, las personas intersexuales no existen «realmente» sino que son personas con simples defectos genéticos, etc. 

Para hacernos una idea de la gravedad de lo que hablamos aquí, podemos ver este reciente artículo donde se muestra que el movimiento anti-ciencia ha ganado terreno en algunos sectores sociales en ciertos países y en el discurso público de las redes sociales. 

Sentido común: utilidad y naturalidad

Podríamos dibujar mejor la relación incompatible entre el sentido común y la ciencia si retomamos un par de características del primero: utilidad y naturalidad.

La utilidad del sentido común tiene que ver con la practicidad. Según Clifford Geertz, en El conocimiento local, esta es la más obvia de las propiedades del sentido común. Ser poco o nada prácticos genera problemas en la cotidianidad. Lo que muchas veces se quiere significar cuando se acusa a alguien de no tener sentido común es un conjunto de atributos que se asocian a la ausencia de practicidad. No ser prácticos nos hace imprudentes, poco astutos o, incluso, nos hace locos.

Si el sentido común puede ser útil es porque no se trata un capricho individual, en el sentido de que es un producto sociocultural y se construye con la experiencia compartida grupal. No obstante, es un tipo de conocimiento limitado por su inmediatez y por el hecho de que se automatiza una vez que lo damos por sentado. Es como si dejáramos de pensar sobre “ciertas cosas” —y solo ciertas cosas— para poner el piloto automático durante una o varias generaciones. 

La consecuencia de esta practicidad es que, al cesar el análisis y el cuestionamiento de ciertas cosas, comenzamos a naturalizar las creencias que nos parecen verdaderas, o mejor dicho, que les parecieron verdaderas a un grupo o varios grupos de seres humanos en un momento anterior en el tiempo. Así, durante siglos y milenios, muchos seres humanos pensaron que:

★ Naturalmente, la luz del sol es amarilla si miramos el cielo —y el Sol parece blanco si lo vemos en el espacio exterior, pero en realidad su luz contiene todos los colores del arcoiris.

★ Naturalmente, el cielo es azul —es negro en el espacio exterior, pero se hace "azul celeste" o "cian" cuando la luz del sol entra a la atmósfera y choca con ciertas partículas. Por otra parte, hay una buena de cantidad de lenguas cuyo léxico no tiene una palabra para significar el color azul: en este estudio se estima que se debe al impacto de ciertos rayos UV en algunas zonas del planeta, que influye en la capacidad visual de las personas para percibir este color. Y si lo piensan, de por sí, el azul es un pigmento que es raro en el mundo natural, donde escasea muchísimo por una razón: el azul no existe y es la mezcla de otros pigmentos).

★ Naturalmente, la Tierra es plana —es redonda, aunque algunas personas hoy día insisten en que es plana y hemos sido víctimas de una conspiración).

★ Naturalmente, hay razas humanas distintas y eso salta a la vista —desde el punto de vista genético no existen las razas humanas, aunque todavía hay racistas que piensan distinto en base a su sentido común e incluso hay racismo en el ámbito académico).

★ Naturalmente, el mestizaje de los seres humanos atenta contra el sentido común —durante la colonización de América, en un sistema de clases raciales muy jerárquico, con poca movilidad social, la idea de mezcla racial tenía una connotación negativa y, en efecto, ofendía el sentido común y la pureza de las élites blancas coloniales. En el norte de este continente, en el país de la libertad y la democracia, el matrimonio interracial solo fue posible legalmente a partir de 1967.

★ Naturalmente, debe haber esclavos humanos porque es natural que unos sirvan a otros cuando son incapaces de ser civilizados por sí mismos —Aristóteles defendía este tipo de esclavitud «natural» y todavía hay gente que cree de lleno que la desigualdad social extrema es «natural». Que quede claro una cosa: solo es posible la esclavitud si el sentido común hegemónico ha normalizado este tipo de relación violenta y asimétrica entre los seres humanos.

Si prestaron atención, la clave aquí está en «naturalmente». 

Ahora bien, con el sentido común ocurre que lo que parecía evidente “como la naturaleza misma”, en cualquier momento, puede perder su estatus de autoridad. 

Thomas Kuhn plantea que la ciencia se basa en paradigmas que cambian cada tanto y, cuando lo hacen, el mundo cambia también. Es como si fuéramos transportados a otro planeta donde los seres, los objetos y todo alrededor ya no nos resultan familiares. Esto mismo sucede con el sentido común. La diferencia con la ciencia es que el impacto del sentido común puede ser mas duradero y más difícil de mover. Una vez que el sentido común, que aspira más a traducir La Verdad y menos a ser una mera hipótesis no refutada, se posiciona en el centro de nuestros sistemas de creencias, podemos estar seguros de que es más fácil mover una montaña. 

En sentido metafórico, si el cambio de paradigma científico es como transportarnos a un planeta ignoto en una nave espacial impensable de la ciencia ficción, el cambio de sentido común es un viaje mágico y traumático que aniquila la imaginación: es la nada y el no universo.

Jules Verne: De la Tierra a la Luna

No es broma, incluso en el nivel de la imaginación, el sentido común ha chocado con la especulación literaria sobre la ciencia y la técnica. Es lo que ocurre con la ciencia ficción clásica y positivista, en la que con frecuencia hay un mensaje que se opone al sentido común: los seres humanos siempre soñaron hacer las cosas como la naturaleza misma, desde el sentido común, pero han tenido que resignarse y hacer las cosas «de otra manera». Yuli Kagarlitski explica que Julio Verne fue el primer escritor de ciencia ficción en haber comprendido cómo la técnica fue llevada a la práctica desde el neolítico hasta el siglo XIX. Hasta el periodo que conocemos como modernidad, «hacerlo como la naturaleza» fue patrimonio exclusivo de la literatura fantástica.

Sin embargo, las montañas del sentido común se mueven, se han movido siempre. Muchas de estas creencias generales dejan de ser verdaderas a la luz de nuevos acontecimientos y conocimientos más especializados de toda índole filosofía, ciencia, política, religión, etc. a lo largo del tiempo. 

Esto quiere decir que nuevas ideas y creencias no generalizadas, que no eran patrimonio del sentido común, pueden pasar a ocupar esa posición en algún momento. Teun van Dijk observa que, a veces, algunas creencias especializadas (por ej, de las ciencias naturales) pasan a formar parte del sentido común (por ej, el conocimiento científico sobre el planeta Tierra). Al mismo tiempo, ideas que conformaron el sentido común de una época (por ej, la infabilidad del Papa en la Edad Media) pasan a convertirse en creencias sectarias o especializadas de un grupo específico social como ocurre con los católicos modernos que aún creen en la infabilidad del Papa pero son ciudadanos en sociedades seculares donde la iglesia católica ya no legisla «universalmente». 

Cuando Darwin hizo pública su teoría de la evolución se desató una crisis del sentido común en la privilegiada civilización occidental: ¿cómo íbamos a descender los humanos "de los monos"? ¿Cómo iba a parecerse un salvaje cavernícola y horroroso neandertal a “nosotros”, la gente ilustrada de las luces que apenas comenzaba a superar el difícil trauma de dejar de pensar en los negros africanos como esclavos

Todavía existen ecos de esta crisis de sentido común "darwiniana" en los numerosos grupos cristianos fundamentalistas que claman que la teoría de la evolución es una teoría falsa (sin refutar la evidencia) que es incompatible con el diseño original de Dios —por supuesto, si una entidad omnipotente y autosuficiente tiene un diseño original es porque tiene un sentido «común». 

Ahora mismo estamos ante las puertas de un cambio de paradigma con la revolución cuántica en la Física. Muchas paradojas que hacían que el sentido común hiciera cortocircuito, hoy tienen un margen de resolución en la dinámica no binaria de la cuántica: por ej, el Gato de Schordinger, el huevo y la gallina, etc.).

Esto no quiere decir que las personas “de ciencia” constantemente se planteen el dilema de si estar con la ciencia o con el sentido común, pues es imposible separarse de este tipo de creencias. 

Sentido común: una autopsia sin cadáver

Volviendo a Gad Saad y su libro sobre las ideas que según él dañan el sentido común universal, tenemos una persona que ha dedicado su vida a la ciencia y, aún así, en ningún lugar del libro nos explica qué es el sentido común. ¿Qué tiene de divulgación científica escribir un libro en nombre de la ciencia, de la verdad, de la razón y del sentido común, sobre ideas “parásitas y contagiosas” que dañan el sentido común cuando no te has tomado la molestia de delimitar y explicar qué es aquello que llamas sentido común y quieres defender de ideas dañinas? Esto es tan contradictorio como hacer una autopsia sin un cadáver.

“Naturalmente”, Saad es un forense atípico que da por sentado que todos entienden lo mismo que él entiende por sentido común, a pesar de que, como dijimos, hay evidencia de que no todos los seres humanos comparten el mismo sentido común, ni siquiera dentro de una misma sociedad. 

En este sentido, todos somos forenses atípicos porque el sentido común nos lleva a hacer autopsias sin cadáveres. Autopsias problemáticas porque el mundo es un cuerpo vivo y activo lleno de objetos y situaciones que pueden generar muchos significados divergentes para la mente sapiens.

Lo grave aquí es que es difícil decir hasta qué punto esto es solo una metáfora de los atajos cognitivos. En más de un sentido, estas autopsias normalizadas pueden ser el anuncio de muertes reales.

Sentido común e intersexualidad

Por poner un ejemplo de caso, traemos a colación un estudio que hizo Roger Edgerton en los años ochenta, citado por Geertz, para evaluar el sentido común de tres sociedades muy distintas entre sí. Para ello, Edgerton seleccionó un tema que aparentemente no suele dejar indiferente a muchas sociedades, ni antes ni ahora: la intersexualidad. Las sociedades estudiadas fueron la sociedad estadounidense, la sociedad indígena norteamericana de los navajo y la sociedad pokot, un pueblo de África Oriental. Los resultados se dividen en (1) percepción, (2) reacción y (3) solución: 

    Estadounidenses: (1) anomalía-innatural /  (2) repulsión-horror / (3) corrección binaria 

    Pokot: (1) anomalía-natural / (2) resignación-error / (3) exclusión social

    Navajo: (1) anomalía-natural / (2) aceptación-respeto / (3) veneración

En los tres casos se percibió que la interesexualidad cuestiona el sentido común. No obstante, mientras que a los estadounidenses les cuesta ver la intersexualidad como algo natural, los pokot y los navajo entienden que se trata de una condición natural. La reacción es de repugnancia en el caso de los estadounidenses, de resignación en el caso los pokot y de total aceptación en el caso de los navajo. 

Las soluciones que dan estos tres grupos a lo que suponen que es una anomalía también difieren: 

a) Los estadounidenses exigen que las personas intersexuales se definan en base a un género binario (ella o él) e incluso que se realicen operaciones de corrección genital, lo que suele ser la fuente de mucho estrés y sufrimiento en estas personas.

b) Los navajo reverencian a las personas intersexuales y les atribuyen muchas características positivas y casi divinas.

c) Los pokot proponen una solución distinta a las anteriores: excluir socialmente a las personas intersexuales por ser hombres y mujeres "incompletos", que en esa sociedad significa ser "inútiles".

En este último caso, la inutilidad es la razón principal por la que, a veces, bebés pokot que nacen con la condición de intersexualidad son asesinados. 

Las muertes reales, derivadas del sentido común, deberían ser suficiente razón para pensar con cuidado qué quieren significar los evangelistas de "La Verdad" cuando acusan a ciertas minorías de ofender la practicidad y la utilidad del sentido común, como hace Saad.

Navajo in Arizona. Foto: The Palmer

Sentido común: el parásito frente al espejo

Viendo la relación positiva que se produce entre los navajo y las personas intersexuales, no es de extrañar que Saad también se ensañe en su libro con el indigenismo norteamericano por “intentar indigenizar los planes de estudio” de las universidades canadienses. Lo que él crítica es, puntualmente, que los indígenas se atrevan a decir que el método científico es solo una forma más de conocimiento, igual de válida que otras. Saad es tan torpe —o tan cínico— en este sentido, que como defensor del sentido común universal, termina haciendo el papel de fiscal acusador del —¡escuchen bien!— sentido común "universal" de unas naciones indígenas que fueron históricamente aplastadas por el colonialismo anglosajón y francés. 

Naturalmente, en este mundo desigual no todos los sentidos comunes son iguales y universales: hay sentidos comunes "universales" y "sentidos comunes". Y esto no tiene nada ideológico, es «La Verdad», según el telón de acero del sentido común.

Si en este punto, queridos lectores, su sentido común ya les dice algo acerca de personajes como él, quizás sospecharán que el discurso de Saad está lejos de ser «transparente»: vender ideas dañinas propias, disfrazadas de divulgación científica, y al mismo tiempo denunciar unas supuestas ideas dañinas que vienen de «los otros», en nombre de la pureza y la verdad inmaculada, es una típica contradicción ideológica de los grupos conservadores. En el papel, lo que hace Saad es acusar las ideas de otros como ideológicas mientras vende un discurso supuestamente neutral y libre de ideologías. 

En este sentido —porque la mayoría de la gente no suele verse a sí misma como un cúmulo de creencias ideológicas—, Saad es una mente colonizada por un parásito que intenta propagarse a otras mentes. En efecto, las ideologías son como parásitos que hablan a través de nosotros. No en vano, su libro comienza con un capítulo biográfico —el único que vale la pena leer—, como si el autor estuviera frente a un espejo. Inconscientemente, él sabe que «La mente parasitaria» se trata de un autorretrato.

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(Nota: este artículo se ha dividido en tres partes. En la segunda parte, seguiremos abordando el problema del sentido común y los grupos antiderechos. En la tercera parte, plantearemos una amplia bibliografía proderechos, que en sí misma es parte de una bibliografía general contra el sentido común)


Referencias

D'Auteberre, L. (2003). Ciudad, discursividad, sentido común e ideología: Un enfoque psicosocial de la cotidianidad urbana. Espacio Abierto, vol. 12(2), pp. 169-182.

Eagleton, T. (2006). Después de la teoría. Debate.

Geertz, C. (1999). El conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas. Paidós.

Jacques, A. (1846). La memoria sobre el sentido común. Recuperado de: https://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/4328/159-cuyo-1969-tomo-05.pdf

Kagarlitski, Y. (1977). Qué es la ciencia ficción. Guadarrama.

Kuhn, T. (2004). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica.

Nogueras, R. (2020). Por qué creemos en mierdas. Cómo nos engañamos a nosotros mismos. Kailas.

Popper, K. y Reid, T. (2004). La filosofía del sentido común. Universidad Nacional de México.

Saad, G. La mente parasitaria.  Cómo las ideas infecciosas están matando el sentido común. Deusto.

Todorov, T. (2008). Los abusos de la memoria. Paidós.

Van Dijk, T. (2009). Discurso y poder. Gedisa.

Watts, D. y Whiting, M. A framework for quantifying individual and collective common sense. https://www.pnas.org/doi/abs/10.1073/pnas.2309535121


Foto: peeterv

English language version of this article: Against the «common sense» of anti-rights groups



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